Bastó mirarlo de reojo para entender que el nudo sigue ahí, habitando no solamente mi garganta. Sigo atada de pies y manos, sumergida hasta las lagrimas dentro del mismo vacío en donde me dejó la ultima vez. No es fácil retar al recuerdo cuando se cree olvido, mucho menos mirarlo de frente y con la cabeza en alto, no sirve de nada cuando a los ojos te habla sin emitir voz.

Ni como engañar al corazón, que a pesar de su ignorancia pareciera conocer cada letra de un alfabeto que no sabe como leer. A tragar saliva y hacer de tripas corazón, aquí no queda nada que querer, él se lo ha llevado todo.

Triste e irremediable conclusión se escapa a la luz de mi razonamiento que solo aparece cuando todo parece irremediable. En dónde diablos estuvo cuando más lo necesitaba. Porqué jugar a las escondidas si con el amor no se juega. Siempre la misma guerra librada, sin cuartel, sin armas, sin entendimiento. Sorda a más no poder a pesar de tantos oídos con que escuchar. Ciega por gusto, envuelta en el sentimiento desbordante que lo causa. Muda, hasta que el dolor me obliga a gritar lo que el silencio atesora… la historia de mi vida.

Una vez más cierro los ojos queriendo encontrarme en mi lugar feliz, su sonrisa. Enmarcada por un par de ojos del color de los míos, del resto de sus facciones tengo todo que decir, pero para que describir esto que solo yo encuentro sublime. No sé si sonreír o seguir ahogándome en la obscuridad de ésta cerveza que nubla mis sentidos en la brevedad de una interminable nostalgia. Me encuentro otra vez atrapada en la maldita sensación que se extiende a lo largo de un cuerpo agrietado por la falta de humedad.

Todavía recuerdo con lujo de detalle ese pasillo y al fondo su silueta esperando a mi ansiedad por detener el tiempo entre sus manos. Inútil, porque a sabiendas de no poder encadenar las manecillas del reloj, dejé que el momento transcurriera para guardarlo en la profundidad de mis labios. Labios que no solo son labios, fueron puertas, ventanas, entradas y salidas de vida. De su vida en mi cuerpo escribiendo todas las historias que estas manos reviven cada vez que pronuncio su nombre.

Sigo hasta hoy con la incertidumbre de habernos hecho el amor, o si éste acabo por deshacerme. No quiero entender el porqué de la brevedad ¿Cuánto dura la felicidad? ¿Porqué se resiste a ser eterna? Necesito una explicación lógica, o ilógica en su defecto.

A quién quiero engañar haciendo preguntas al aire sabiendo que no existen respuestas. Creo que al fin y al cabo de algo sirven… distraer.

Ahora un poco más tranquila y relajada, me dispondré a leer todo esto escrito a consecuencia de un momento, de esa maldita sensación que no se detendrá hasta el día en que la vida decida enterrarme algunos metros bajo tierra para verme crecer en un jardín en donde el olvido nunca existió.

 

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